EL SEXO DEL AMOR

EL SEXO DEL AMOR

20,00 €
IVA incluido
En stock
Editorial:
GRUPO CERO
Año de edición:
Materia
Narrativa española e Iberoamericana
ISBN:
978-84-85498-73-4
Páginas:
160
Encuadernación:
CUARTO - RUSTICA
Colección:
NARRATIVA

¿Y qué buscaba el hombre primitivo cuando escribió en la roca señales de su suerte? Qué ficción, qué drama palpitante lo abismaba para dejar grabado aquello contra lo que seguramente se resistía. Qué dolor hacía que en el mismo momento en que aceptaba la fuerza del impacto, tuviera que cumplir una misión del arte: dejar el testimonio de una realidad hecha pedazos y vuelta ceremonia para volver de nuevo al hombre y así humanizarlo.

Fue al escritor al que se le impuso una y otra vez, volver, retomar vuelo y volver a caer sobre la misma palabra hasta romperla. Repetir la visión, hacerse un visionario hasta el relato escrito, única manera de quebrar la visión con la palabra.

En esto me quedé pensando al terminar de leer esta novela. Qué propuesta de repetición, qué ritmo nuevo imponerle a esas imágenes que hasta me recordaba haberlas visto en esculturas hechas en arcillas en los antepasados Incas. A qué la representación si en esas escenas justamente lo que se amalgamaba era lo imposible de representar. Pero hay algo que el escritor propone, decirle al mundo una vez más que el romance, la verdadera escritura del romance, es sexual.

Que se comienza a narrar lo posible, eso nos dice, pero que inmediatamente cae en una dimensión cósmica donde la escritura se atreve a decir aquello que casi nadie puede decir, aquello de lo que casi nadie habla.

Que lo inenarrable está casi en los últimos capítulos, cuando la muerte viene a anudar lo sexual en un final verdaderamente humano.

La ficción narrativa queda cuestionada.

De ella se dice que es fatalmente rápida, porque si bien construye un mundo, no puede totalmente ponerlo en palabras. Entonces alude, y para el resto le pide al lector que colabore rellenando una serie de espacios vacios. Umberto Eco, dice que todo texto es una máquina perezosa que le pide al lector que le haga parte de su trabajo.

En cambio Miguel Oscar Menassa pone la máquina a trabajar en todo su poder, y hace como autor un desafío a las alusiones, que en este caso están reemplazadas por escenas donde la propuesta es decirlo todo, para que al lector no le quede margen a ninguna suposición imaginaria, ya que la fuerza de las imágenes están para capturarlo hasta el lugar primitivo del deseo, ese lugar donde el deseo puro tiene que ver con las coordenadas extremas donde el sexo y la muerte se muestran sin opacidades, sin recubrimientos. Este estado de pureza, casi sin tamizar es lo que anonada lo imaginario, donde no hay explícitos ni implícitos, pero sí hay verdadera implicación del lector, como la hubo del autor en ese sometimiento extremo a la escritura que no dejó espacios vacíos de la escena, pero sí brechas por las que el que se mete forma parte de una máquina que de perezosa no tiene nada, sino que toma el viso de maquinal sin maquiavélico con toda naturalidad.

La complejidad no está en el argumento "como no lo está en el cerebro humano, cuando la humanidad es dejada en libertad para que determine la vida de los hombres". El argumento más que una estructura armada con meditación, es un argumento roto, quebrado por las interrupciones que lo irán creando de una manera sutil, como enhebrando los días y los sueños, sin esperar que el lector colabore con la rapidez o con la dilación de los acontecimientos. Ella tiene su propio tiempo, su propia circulación, es una novela de la que puede decirse que tiene un tiempo rápido y de la que también puede decirse que tiene un tiempo lento, pero no concede otro tiempo que el presente, como si todo se realizarse allí, delante de los ojos.

Los protagonistas no son los que dicen ni de más ni de menos, no es el protagonista el que habla, el protagonismo es la escena y detrás de una percepción que hiende y lastima la vista y los oídos, casi una mudez provocativa o vocativa en el sentido de una escena que termina a veces en una invocación, que tiene su broche en una frase que el mismo texto va armando en su transcurso aunque el autor la escribe al comienzo del capítulo.

La construcción de la frase no es literal, es poética en el sentido deese largo trabajo de escenas condensadas que se desplaza con suavidad hasta ese punto que no es sino sólo abrochadura.

El autor, el dueño de la autoría, no el narrador, se mete en el texto y va introduciendo finales, sin temor a un final y sin intención de completar ningún final ni siquiera con la justificación que a veces trae Poe cuando dice que los capítulos que faltan para completar su libro tal vez... se hayan perdido irremediablemente en algún accidente fatal.

Ningún accidente y llena de accidentes como el amor, como el sexo.

Una bifurcación en el mismo texto, por un lado algo que tiene la categoría del recuerdo, una ciudad que tiene algo vago e insistente crea una atmósfera que acompaña todos los paisajes. Es algo que no está en las palabras, sino que está entre las palabras, en una conversación inaudible, en lo que sería el clima de ensoñación que acompaña a una mirada con los ojos entrecerrados, sin distinguir exactamente el contorno de las cosas, todo es como la niebla del riachuelo o el vapor de temperaturas elevadas mezcladas con humos desprendido de alcoholes y cigarros.

Esta ciudad es Buenos Aires, y no podría ocurrir de ninguna manera en otro lugar del mundo porque ésta es la manera del decir.

Es desde este sendero que se va a elevar la voz del poeta que se dirige a lo universal y que diluye la escena en una frase que recupera el tiempo, ya no la búsqueda de un tiempo perdido, sino un encuentro, un encuentro temporal, en lo que se transforman todos los encuentros que vemos en la novela.

Por otro lado hay una alternancia de miradas que se suceden rápidamente, miradas para adelante, para atrás, para el costado, para arriba y que son esos movimientos narrativos donde las escenas se componen apenas sostenidas por conversaciones casi banales, pero no carentes de sentido. La trama es un entretejido de miradas que apuntan a la lente microscópica con las que se enfocan las escenas y la trama no tiene principio ni final, es al mismo tiempo siempre toda la trama, ese entretejido.

Como en la construcción de los grandes poemas de amor algo se repite con la insistencia de un estribillo, una libertad de la palabra y un coraje en escribirlas y en volverlas a escribir en esa insistencia sexual que por insistir busca lo nuevo y lo diferente y que aquí son esas escenas donde el sexo se manifiesta con esa diversidad del sentido común de todos los encuentros sexuales, y que podría pensarse que

tienen la monotonía que los transformaría en técnicas descriptas de libros leído con avidez, pero el amor se mete, un amor no puntual, un amor sin escena y reconvierte toda la polémica dramática.

El drama del amor con sus pasiones bajas destrona la crueldad de los celos y lo sexúa definitivamente, un desplazamiento esencial y el romance, es decir la novela deja de ser una novela de amor, pierde toda reciprocidad y se establece una circulación de cálculos indefinibles, como un verso libre, como un largo poema.

Pero no es solamente la valentía de escribir lo que nadie se atreve a escribir, es también un manejo del tiempo en manos de este autor que ha llevado la narración de la descripción, a sostenerla en el tiempo que puede ser contado en minutos de lectura de una escena como si existiese un efecto de lentitud muy sutil, donde el discurso es un moderador del tiempo y de la rapidez de la Historia de esas vidas contadas desde el fragmento.

Hay una estrategia textual totalmente inconsciente. La minuciosidad de las señas particulares de lo narrado sexual, no tiene una función de representación, se transforma en una moderación del tiempo, no para que el lector tenga el tiempo de seguirlo, sino para producirle una alteración del tiempo.

En este sentido no cede frente al lector, no le hace concesiones. No es una dilación para llegar a ninguna solución dramática, no hay tono arrebatado que acentúe lo esencial ni tono bajo para lo superfluo, todo está en la superficie de una escritura que delata al poeta y al psicoanalista.

Una puntuación que corresponde a los dos géneros, el masculino y el femenino, diluyendo de esta manera la correspondencia al género, se da en dos capítulos donde por separados El y Ella, tocados por la muerte lloran la irremediable finitud de lo humano. La muerte final que rompe de una patada la puerta para poder ver a la inmortalidad arrodillada.

Ésta es la conjunción que marca esta tercera novela del autor, donde el sexo y la muerte, "como un destierro de luz dentro de la propia luz", dan movimiento a los cuerpos que se van definiendo en las conversaciones de los personajes de la misma manera que el deseo en el mismo movimiento del habla.

Norma Menassa

Las 2001 Noches. Nº 28

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