Ante el telón de fondo de un Nueva York difuminado y abstracto, Gasolina emopieza con una sucesión de ráfagas de la vida de Heribert, un pintor en la cumbre de una fama conquistada a codazos. Lo descubrimos un primero de enero, entre las sábanas del lecho de su amante, con la vaga impresión de que, además del año, ha cambiado la mirada con la que observaba el mundo: los objetos y las personas que le rodean se le aparecen cada vez más distantes e injustificables cuanto más distante e injustificablemente se comporta él.