Daniel Latorre, jefe de alguaciles de la Alcaldía del Crimen, recién jubilado por edad, asiste en 1623 en la Abadía del Sacromonte al entierro de don Pedro de Castro, prelado de la archidiócesis de Sevilla y arzobispo de Granada durante veinte años. Tras las exequias, decidirá contar su relación con el eclesiástico, así como sus vivencias durante la rebelión morisca y la Guerra de las Alpujarras.