No, no es porque sea de Graná, o por su chucuchú laboral; hay algo en su cabeza que lo hace único, un poder que no necesita máscara. Él es así: la naturalidad del ente que ve el mundo desde la convicción autoimpuesta de la perfección a través de lo imperfecto, el amor a quien más lo necesita, esa sombra que es buena sombra, ese genio al que no le tienes que pedir tres deseos, un silencio educado que le corroe las entrañas ante la injusticia y que, como los grandes pintores, hermosea lo feo y castiga con pluma la indiferencia humana. Cuando le lees, tienes ese runrún de haber pasado alguna vez por allí, de conocer aquella emoción, de saber que lo cotidiano ahora no es igual. No dejará a nadie indiferente.
Manuel Jiménez Franco