A mediados del siglo XIX, las universidades europeas se hicieron eco de la paradoja existente entre una demanda en aumento por una mayor democratización política y una creciente desigualdad social. La respuesta fue la creación de la extensión cultural: llevar el saber académico a las clases populares y a las mujeres.
A su vez, la multiplicación de ramas del conocimiento derivada de la complejidad de la sociedad industrial generó un sentimiento de fragmentación del saber y de la necesidad de proponer como misión esencial de la universidad
la formación integral del estudiantado.
En la LRU de 1983, esta doble tarea recibe el nombre de "cultura universitaria" y se la coloca a la misma altura que la docencia y la investigación.
En este texto, el autor describe esta fundamentación histórica y legal de la función cultural de la Universidad
y actualiza sus contenidos para la sociedad plural, global y digital del siglo XXI.