Con precisos trazos ha dibujado Enrique del Pino la figura de Ernesto, el protagonista de esta historia -que la asemeja a la del pajarillo americano, minúsculo de tamaño y grande en vitalidad-, quizás porque no encuentra el lugar y la hora adecuados para alimentar su espíritu; es, por esto, un ser en precario, sin sitio, sin arraigo, en permanente duda. En algún momento alguien se percata de la verdad de su situación y se lo dice: vives como el colibrí, suspendido en el aire; no le queda otro remedio que acusar el golpe. Sólo que nadie le explica que para ese hermoso y bello pájaro el estar libando en suspensión forma parte de su naturaleza. Estamos seguros que nuestros lectores verán con ojos simpáticos la asendereada peripecia de Ernesto, la cual, si bien se mira, se repite una vez y otra, día tras día, aquí y allá, entre el Madrid y la Málaga de unos años -cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado- en que el país se debatía entre la búsqueda anhelada de las libertades que echaba en falta y la expresión auténtica e intemporal de esa cosa que llamamos Humanidad.