Hay momentos terribles en la vida, y Tom lo sabía. Su amigo Marcos le había llamado cara de limón podrido, la bella María Fernández le ignoraba y su abuelo se había comido su bocadillo de chorizo. Solo su vecino, de profesión filósofo y llorón, podría ayudarle en ese trance. Por eso se fue con él... a un entierro.
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