En el Festival de Venecia, un productor cinematográfico mexicano asiste deslumbrado a la proyección de una película japonesa, en la que se cuenta una historia que, enigmáticamente, no puede ser sino la vida del escritor Carlos Ibarra, un amigo del productor. A través de dos vertientes, la de dicho productor y la de un pintor que evoca sus años en Europa, en El tañido de una flauta (título a su vez de la película japonesa) se reconstruye la historia, marcada por la voluntad de desastre, de Carlos Ibarra desde sus inicios fulurantes hasta la realización consciente de su fracaso, que culmina en su derrumbe total. Sergio Pitol recrea un mundo refinado y salvaje, fantástico y racional, perverso y erudito, donde personajes y situaciones aparecen intermitentemente sacudidos por una ráfaga de delirio que los conduce hasta el onírico desenlace final. Los pobladores de este mundo son una fauna de artistas, cineastas, figuras sociales más o menos brillantes, un teósofo y una Falsa Tortura, que parecen moverse con tanta desenvoltura en Venecia, Barcelona y la costa montenegrina como en las somnolientas ciudades provincianas de su país natal. Dos fases del instinto aparecen contrastadas de manera especialmente visible: La lucha por romper el cordón umbilical y la ciega vocación de volver al seno materno. En ese diapasón surgen y se desarrollan los conflictos narrados en El tañido de una Flauta.