Aquel que se afana en alcanzar lo Absoluto inicia el camino hacia su autodestrucción. El anhelo infinito de la inteligencia fáustica -aquejada de un diletantismo desenfrenado, genial y trágico- termina abocándola a los límites de lo soportable y al abismo de lo inconcebible, allí donde el poeta paga el precio de su libertad: ser aplastado por el abrumador peso de lo absoluto. Fantasma de tristeza infinita, el yo poético se erige en su Torre abolida o faro de la discordia para divisar, no ya el foco que ilumina su destino, sino la Estrella negra -ausente- varada en la Noche eterna: la estrella anunciadora de la muerte.