Esta biografía no es un retrato de cuerpo entero, sino de alma entera, pues Zweig va siguiendo con la apasionada curiosidad científica de un entomólogo y el arte de un insuperable novelista los más insignificantes movimientos de Fouché, hasta descubrir no ya el más íntimo detalle de su contextura, sino los más íntimos motivos que le impulsan, o sea su alma vil de traidor que, en el momento supremo, le impide elevarse a la grandeza de una idea noble, desinteresada, y sucumbe, amarrado por la baja codicia, al mísero provecho material, norte único de sus acciones y de sus innegables talentos.
La ambición y la intriga son las únicas pasiones de este hombre político, carente de escrúpulos y moral, que navega a través de las convulsiones sociales y políticas de la Francia revolucionaria y del imperio sin mudar el gesto. Como muy bien dice Zweig: «Los gobiernos, las formas de Estado, las opiniones, los hombres cambian, todo se precipita y desaparece en ese furioso torbellino del cambio de siglo, sólo uno se queda siempre en el mismo sitio, al servicio de todos y de todas las ideas: Joseph Fouché».