«Un maestro de la sátira, vengativo y furioso, el Swift de nuestros días, el rey de la caricatura más desaforada» (Evening Standard). «Tom Sharpe es el gran señor del humor negro británico» (Punch). Los problemas de Wilt nunca se acaban. Quizá, como sospecha el inspector Flint, porque está dotado de un inmenso talento para enredarse sin darse cuenta en los líos más espantosos, y de una habilidad no menos admirable para escapar de ellos revolviéndose con la inocente agilidad de una serpiente. Ahora, el politécnico en el que trabajaba ha sido ascendido a universidad, pero Wilt sigue ganando lo mismo que antes, o incluso menos; es menospreciado por no ser catedrático y continua enseñando a los eternos proletarios de siempre. Y capea como puede las espesas intrigas y luchas por el minúsculo poder académico. En casa, la cosa no está mucho mejor. Eva, su esposa, tras visitar a sus tíos de América, ha vuelto más iracunda, imperiosa y mandona que antes. Y las cuatrillizas, feroces adolescentes, dignas descendientes de su madre -y también de su padre, aunque este reniegue de su progenie-, estudian en un carísimo internado que a Wilt se le hace cuesta arriba pagar. Muy arriba. En una de las novelas más esperadas, Tom Sharpe, el misántropo más divertido de la literatura contemporánea, continúa con las desopilantes aventuras del inefable Wilt, de su tremebunda esposa, de su tremenda descendencia y, claro está, de la -¿incalificable?- sociedad que habitan.
«El gran señor del humor negro británico» (Punch) sigue cabalgando. Ahora nos obsequia con La herencia de Wilt, el quinto título protagonizado por su más popular e inefable personaje. Su talento para buscarse líos y complicaciones es inagotable, tanto en el politécnico ahora ascendido a universidad (ascenso que no repercute en su salario) como en su casa, con Eva, su cada vez más temible esposa, y con sus cuatrillizas, cada día más feroces y con mayores exigencias económicas. Como se ha escrito en Evening Standard, «Sharpe es un maestro de la sátira, vengativo y furioso, el Swift de nuestros días, el rey de la caricatura más desaforada.»