Durante la guerra fría se enfrentaron dos visiones del mundo irreconciliables: el capitalismo y el comunismo. Fue un conflicto político, económico y militar. Pero también un choque cultural y simbólico. Las dos partes, lideradas por Washington y Moscú, querían ganar la batalla de las ideas. Y para ello dedicaron una gran cantidad de recursos, en forma de dinero, espionaje, diplomacia y coerción, a la promoción de las artes y las letras que defendían su visión del mundo. Los escenarios donde se libró esta batalla cultural son tan múltiples como curiosos. Mientras el Gobierno de Estados Unidos propagaba el expresionismo abstracto, como la estética propia de la democracia liberal, Stalin imponía reglas para que la novela realista difundiera las virtudes del Partido Comunista; mientras la CIA suvencionaba revistas literarias, el socialismo impulsaba un equivalente de James Bond. Louis Armstrong, Dmitri Shostakovich, El Doctor Zhivago, los Beatles, la vanguardia cinematográfica, John Wayne, el boom latinoamericano, las bienales de arte del franquismo y hasta el protagonista de El coche fantástico estuvieron somet