La sociedad de la vigilancia produce sus criminales. Ejercida otrora en ámbitos cerrados o bajo el régimen
de poderes totalitarios, la vigilancia se extiende en nuestro siglo a muchas de las expresiones cotidianas de lo humano:
controles de velocidad, de alcoholemia, pasaportes biométricos, registros de audio y vídeo en lugares públicos («para
su seguridad», se nos dice), conexión de ficheros interdepartamentales o métodos evaluativos de la productividad, la
motivación o el riesgo de enfermedad. El modelo de civilización cambia y el derecho a la seguridad hace pasar a lo
social la defensa paranoica y la sospecha hacia el prójimo. En la sociedad de la vigilancia todos somos criminales en
potencia.