«Yo siempre he escrito con la voz de lo incierto»; esta declaración liminar, principio e ideario poético del autor de La Puebla de los Infantes, revela la honesta inmersión en lo profundo con la que afronta su quehacer lírico. Ese desvelamiento que como tea encendida hiende entre las sombras para encender la estancia íntima de las confesiones. En La vieja inquietud del aire habita la determinación de abundar en la introspección de la condición humana, a modo de viario vital, como así se anuncia en el subtítulo, Diario de los deseos. La confrontación entre la existencia y el anhelo, la materialidad y la pasión, acaba por recrear ese pequeño jardín interior, ajeno a los intereses y frustraciones mundanas, donde proveerse de lo auténtico y esencial. En la vocación lírica de Diego Castillo Barco, el camino recorrido es la distancia tamizada por la emoción reflexiva que destella en la evocación.