Quizá la escritura autobiográfica sea el género más sincero y, dentro de esta, los epistolarios. Pero encontrar la medida justa
entre lo que se dice y se calla es una labor difícil, como difícil es hablar con la verdad sin herir. Y es precisamente el ejercicio
que la escritora ha querido en este poemario: los versos que se regalan a esos rostros son eso que no fue dicho a tiempo,
aunque tal vez no todo haya sucedido tal como aparece, sino como lo ha guardado en su memoria y en un orden aleatorio.
Así, los posibles destinatarios pueden entrar o no en el juego de encontrarse en el libro, mientras que cada lector se convierte
en el verdadero, porque, en esencia, todo poema podría ser esa carta universal, cuyo destino es siempre aquel que guarda en
sus manos este libro.