Mira el reloj impaciente por que llegue el momento del desayuno. Hoyha cambiado la cafetería por la tienda de la esquina. A esa hora de la mañana, el sol aún no ha invadido el escaparate con la insolencia con la que lo hace a las dos de la tarde, cuando sale del trabajo. Estavez no tiene que acercar la nariz para ver su vestido, pero la fuerzade la costumbre y algo extrano ü-no sabe muy bien qué- la obligan aello. Observa su propio asombro en el reflejo del cristal. Empuja lapuerta y alguien le habla desde el interior.