Culturalmente hemos aprendido a pensar en la propia conciencia como una actividad intelectual y no como una respuesta del corazón o instintiva. Hemos aprendido a no confiar en nuestras emociones. Sin embargo, las emociones importan. Es el recurso más poderoso que poseemos para el conocimiento personal y la autoconservación. Conocerlas y saber hacer con ellas nos permite recuperar nuestra vida y nuestra salud, sostener relaciones duraderas y tener éxito en nuestro trabajo.